MI MUNDO EN PALABRAS: DON NICOLÁS
Una silueta de mediano cuerpo y barba bermeja hizo que me volteara. Era una sombra difusa, elegantísima, en la que creí distinguir al primer gobernador de La Española y regente de esta casa.
—¿Señoría? —pregunté para asegurarme.
No parecía faltarle humildad, pero el caballero no respondió. Pasó a mi lado dejando en mi piel un escalofrío.
–¿Señoría? ¿Gobernador? ¿Don Frey Nicolás?
Rotundo silencio.
Insistí.
–Verá, señoría, no ha cambiado nada su Casa de los Cañones desde el año 1502. ¿Vio usted el portal gótico? Está intacto. En la fachada sigue el gran alfiz sosteniendo vuestro escudo. Las ventanas siguen mirando a la ría y a la ciudad circundante. No se enfade por estos detalles de las lámparas, iluminan los salones, vuestro paso, el mío y la belleza del palacio. La primera planta sigue sirviendo de recibo, y mire en la segunda, ¡vaya comedor! Fíjese, aquí siguen los patios interiores repletos de buganvilias. La insuperable capilla en un extremo y la apetecible taberna haciendo contrapeso en el otro, como la humanidad misma. La casa de los Dávila la han convertido en mágicas habitaciones que nos permiten soñar con usted, con Pizarro, con don Bartolomé y, también —carraspeé—, debo decirlo, con ella: Anacaona. Pero, con sus luces y sombras, es nuestra historia. Y esta casa, ahora hotel, la abraza sabiendo que sin pasado no habría presente. ¿No piensa decir nada?
–Niña, no os consiento que me llame señoría, tráteme de Nicolás. ¿Me permitiría acompañarla por los corredores hacia la capilla? O, tal vez, si su merced consiente y no ofendo su pudor, ¿hacia la taberna?