Eso fueron ellos: aire, tierra, agua y fuego.
Hoy, son solo un gran vacío entre dos muros de barro. Sí, como una tinaja.
Se unieron como se mezcla la arcilla molida y cribada, libre de impurezas, con el agua. En un baño
fresco hasta convertirse en una elástica masa ligada, amorfa, blanda… donde hundían sus manos,
sus brazos, sus labios, sus pechos y todo lo demás.
Mancharon sus cuerpos y sus vidas con el inexplorado color y sabor del otro y, esperaron
pacientemente, que el alfarero tiempo curtiera al viento su nueva piel. El tiempo confirió forma,
bordó con pericia las líneas, y mientras el amor crecía y crecía, ocupando más espacio,
ensanchándose, se obraban otros milagros que,sin querer, los separaban, dejando un gran hueco
en medio, entre aquellas, ya no pieles, sino paredes de barro.
Como dos mejillas divididas por una gran nariz, crecían, pero no a la par, a diferentes alturas,
imperfectas, como una antigua y valiosa vasija, y solas, como dos cañones unidos por un
precipicio.
Lo que no conocían, era el secreto de los buenos artesanos: la panza de barro de aquella, su tinaja
con paredes agrietadas, estaba llena de anhelos, sueños, historias, amores, y dolores,
sobrevivientes todavía, a altas temperaturas.
Y yo que cuento la historia de los amores de barro, ruego para que el paso del tiempo no los
quiebre.