Con dos golpecitos secos en el cristal de esa librería, él llamó mi atención. Tenía canas en el pelo, en la barba y en sus pasos, así como unos cuántos kilos de más. Fue mi novio. Vale decir que hace veinte largos años que no lo veía, a los que hay que sumarle los cuatro y medio que viví en Colombia, más de la mitad de mi vida. De repente sus palabras cruzaron los estrechos pasillos que dividen Cuesta Libros, corrieron en pendiente, se alejaron, se perdieron e hicieron más endeble el hilo que nos reunía, si es que algo nos reunía. Allí de pie, frente a él, supe que había vuelto no solo a Santo Domingo, no solo a sus lugares, sino a las personas que conocí poco, mucho o de a ratos, pero no, a sus épocas.
“Hola, Priscilla. ¿Has regresado? ¿Hace cuánto? Entre semana, cuando no visito la calle El Conde, siempre vengo por aquí. Tomo un café y leo un par de páginas, ¿sabes que aquí puedes leerlos sin comprarlos? Como sé que te gustan los temas de economía debes leerte este, de Mazzucato, ¡muy buen libro! ¿Ya estás instalada? ¿Tienes número de móvil local?, ¿mantienes el 809 707…?”
“Aquí está negrecito, un clima fatal, soñé que estaba en el aeropuerto Las Américas en Santo Domingo” escribió ella, en el chat que mantenemos desde hace diez años, cuando se marchó de la isla. Ella, mi mejor amiga, esa que abordó el tren de mi vida en el 2004 y que ha decidido no bajarse, a pesar de tantas paradas en diferentes estaciones. Hemos dejado atrás la multinacional donde nos conocimos, los primeros maridos de ambas, nuestra tierra, menos nuestro vino. Ella que es un alma gemela, cuando recibió la alerta del Iphone: Priscilla cambió de número, escribió…“¿Es tu nuevo celular? ¿y tu 707 de toda la vida, el de RD, no lo mantienes?”…
Él siempre ha estado, a su manera, enfadado por la amistad que él mismo eligió. No olvida mi cumpleaños y me escribe alguna vez si lee un buen libro, si descubre buena música, si ve una buena película, si toma un buen vino. Leyó mi novela, y me escribió “¿No temes que uno de tus personajes, por ejemplo, Juan de Dios, la lea? ¿O que piensen que eso te ocurrió a ti?” Él, justo él, de quién esperaba al menos una reseña, una crítica, no prejuicios…
Quise decirle que en una obra literaria de ficción, se compromete el talento del autor no la moral de los personajes creados; quise decirle al ex en la librería, que no me interesa la economía, que nunca me interesó; quise escribirle en el chat a mi amiga ¿Con qué propósito mantendría el 707? ¿Para mantener qué? No lo hice. Guardé un no breve silencio frente a los tres. Y luego, por mi evidente ausencia y desconcierto al escucharles, me excusé con cada uno repitiendo la frase de Oscar Wilde: “Discúlpame, no te había reconocido. He cambiado mucho.
