A 80 km de la costa de Nicaragua y a 775 km al noroeste de la costa colombiana se encuentra la isla de San Andrés. Un paraíso olvidado de 26 kilómetros cuadrados de superficie. Una choza isleña es razón suficiente para hacer la maleta y visitar aquel lugar: “Donde Francesca”, un restaurante a pie de playa.
El olor a salitre, a pesca recién hecha acompaña las salpicaduras de arena caliente en los pies tan pronto llegas. Un lugareño te recibe con una espléndida sonrisa; te invita a elegir tu territorio en los metros frontales del mar Caribe; coloniza el pedazo de isla con dos tumbonas, una pequeña mesa rústica que clava en la arena sellando el dominio; y te invita a una agua de coco servida directamente en su corteza. El tiempo transcurre entre el murmullo de las olas que rompen casi a nuestros pies, y el roce de unas cortinas de sonajeros de piedras y semillas que se balancean sin prisa, libremente, ignorantes de las estaciones, hechas por manos artesanas con productos reciclados del mar. De pronto otro rumor, esta vez de los jugos gástricos, nos obligan a pasar al restaurante, en donde el ceviche fresco con unos patacones gigantes y un albariño menos cercano, nos empuja a repetir incontables veces y a guardar este lugar, Donde Francesca, en el morral de mi memoria.
